A menudo, al llegar la Navidad, los titulares se llenan de teorías científicas sobre la estrella de Belén: ¿fue un cometa, una supernova o una alineación planetaria? Aunque la ciencia es fascinante, limitarnos a lo astronómico puede hacernos perder de vista lo más importante: el significado bíblico y teológico. Muchos intentan usar el método científico para rescatar el hecho histórico de la estrella, pero irónicamente lo hacen para intentar descartar lo sobrenatural del Evangelio. Un enfoque más sólido para el creyente es recibir el rico significado bíblico detrás de este fenómeno.

Dios no eligió una estrella por azar. En la narrativa bíblica, la estrella es un símbolo cargado de intención que conecta las promesas antiguas con la redención universal.

¿Un fenómeno natural o un milagro?

Debemos entender que, aunque la estrella de Belén fuera un evento astronómico rastreable, esto no le quita su carácter divino. Dios es el Creador de los cielos y de «las estrellas» (Gén. 1:16), y tiene el poder de utilizarlas como señales según Su voluntad.

«Y dijo Dios: “¡Que haya luces en la expansión del cielo que separen el día de la noche; que sirvan como señales de las estaciones, de los días y de los años”» (Gén. 1:14).

A menudo llamamos «milagro» a lo que no podemos explicar, pero teológicamente, los milagros son simplemente Dios actuando de manera distinta a Sus «hábitos» regulares o leyes naturales. El hecho de que la estrella se moviera y se detuviera sobre una casa específica (Mt. 2:9) nos muestra que, independientemente de su origen físico, fue una intervención extraordinaria de la voluntad de Dios para guiar a los hombres a Su Hijo.

1. La estrella como símbolo de realeza

En el lenguaje profético de las Escrituras, los astros suelen representar autoridades y gobiernos. Desde los sueños de José, donde el sol, la luna y las estrellas representaban a su familia y su autoridad (Gén. 37:9-10), hasta las visiones de liderazgo futuro, el cielo cuenta una historia de soberanía. Las estrellas son frecuentemente usadas para señalar a gobernantes y líderes poderosos (Sal. 147:4; Is. 13:10).

El fundamento principal lo encontramos en la profecía de Balán (o Balaam) en el libro de Números:

«Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca. Una estrella saldrá de Jacob; un cetro surgirá de Israel» (Núm. 24:17).

Al usar una estrella para guiar a los sabios (Mt. 2:1-2), Dios estaba declarando que el niño en el pesebre no era un simple bebé, sino el Rey de reyes cuyo dominio trascendería las fronteras de Israel.

El paralelo entre Balán y los magos

Es fascinante notar que Balán, al igual que los magos, venía del «Oriente» (Núm. 22:5; 23:7). Al leerlas con atención, descubrimos que existen paralelos profundos entre ambas historias que refuerzan la providencia divina:

  • El viaje hacia el oeste: Ambos viajaron hacia Judea trayendo revelación.
  • Reyes malvados: Balaam se enfrentó a Balac, quien quería destruir a Israel; los magos se enfrentaron a Herodes, quien quería destruir al Mesías.
  • Protección divina: En ambos casos, Dios usó a personas de trasfondo pagano para preservar Su propósito y proteger a Su pueblo.

2. El puente entre la revelación general y la Palabra

Es notable que los magos del oriente —figuras que hoy consideraríamos «ajenas» a la fe judía— fueran los primeros en notar la señal. Esto nos enseña una valiosa lección, pero a menudo olvidada, sobre cómo Dios se comunica:

  • La creación nos apunta a Dios: A través de la observación de la naturaleza, la revelación general de Dios, estos hombres supieron que algo grande había ocurrido (Sal. 19:1; Rom. 1:20). Incluso sus conocimientos de astronomía sirvieron como un peldaño hacia la verdad.
  • Pero solo la Escritura nos lleva a Cristo: Aunque la estrella los puso en camino, la luz de los astros no fue suficiente para encontrar el lugar exacto. Necesitaron la revelación especial de Dios en la Biblia, que señalaba específicamente a la ciudad de David:«Pero tú, Belén Efrata… de ti saldrá el que gobernará a Israel» (Miq. 5:2; Mt. 2:5-6).

Probablemente, los magos no solo conocían la profecía de Balaam, sino también los escritos del profeta Daniel, quien vivió en Babilonia y Persia —el Oriente— y dejó un cronograma específico sobre el tiempo del Mesías (Dan. 9:24-27). Fue la unión de la señal en el cielo y la precisión de la Escritura lo que finalmente los llevó a postrarse ante Jesús.

«Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y presentaron como regalos: oro, incienso y mirra» (Mt. 2:11).

3. Del Antiguo al Nuevo Pacto: el fin de la noche

El uso de una estrella también tiene un peso simbólico sobre el tiempo de la historia de la redención. El Antiguo Pacto es visto en la teología bíblica como la «noche» del pueblo de Dios, regida por la luz de la luna para sus festividades (Col. 2:16-17; Jer. 31:35). Con la llegada de Jesús, amanece el «día» definitivo del Nuevo Pacto.

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, capturó esta esencia al profetizar sobre su misión de preparar el camino al Señor:

«Gracias a la entrañable misericordia de nuestro Dios. Así nos visitará desde el cielo el sol naciente, para dar luz a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte…» (Lc. 1:78-79).

Juan el Bautista fue el pregonero que preparó el camino para el «sol de justicia» (Mal. 4:2). En el reino de Dios, la luz de Cristo es tan suprema que no hay más necesidad de sol ni de luna, pues Su gloria lo ilumina todo (Is. 60:19-20; Ap. 21:23).

¿Ha brillado también en tu vida?

La estrella de Belén no fue solo un ‘GPS divino’ para unos sabios antiguos. Fue el anuncio de que Dios estaba rompiendo el silencio y extendiendo Su salvación a todas las naciones, «a los que estaban lejos y a los que estaban cerca» (Ef. 2:17-18). La llegada de los gentiles a adorar al Rey judío es el primer fruto de una redención que hoy nos alcanza a nosotros.

Hoy, Cristo se identifica a sí mismo como esa luz final: «Yo soy… la brillante estrella de la mañana» (Ap. 22:16). Él sigue brillando para guiar a todo aquel que, como los magos, esté dispuesto a buscarle de corazón, dejando atrás sus propias tradiciones para rendirse ante la verdadera Luz.

«Una vez más Jesús se dirigió a la gente y dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8:12).

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