El libro de Apocalipsis es uno de los textos más cautivadores y, a menudo, más confusos de toda la Biblia. Su riqueza simbólica y sus visiones apocalípticas han fascinado a creyentes y estudiosos a lo largo de los siglos. En esta entrada, ofrecemos un panorama para comprender las claves principales del libro, así como su autoría y fecha, su contribución teológica y algunas consideraciones especiales sobre su interpretación.
Datos introductorios de Apocalipsis
Autor y fecha
El autor se identifica a sí mismo como Juan (Ap. 1:4, 9; 21:2; 22:8), un profeta (1:14; 22:6-7) que conocía bien a sus lectores, refiriéndose a sí mismo como «hermano de ustedes y compañero en el sufrimiento» (1:9). La mayoría de los estudiosos y la tradición cristiana coinciden en que es el mismo apóstol Juan que también escribió el Evangelio y las tres epístolas que llevan su nombre (1, 2 y 3 Juan). Juan relata haber sido exiliado a la isla de Patmos (Ap. 1:9), en la costa occidental de Asia Menor (la actual Turquía), donde «en el día del Señor» (Ap. 1:10) tuvo las visiones que conforman el libro.
La mayoría de los eruditos modernos sitúan la escritura del libro durante los últimos años del reinado del emperador Domiciano (81-96 d. C.). Sin embargo, algunos detalles internos del libro, como la referencia al templo de Jerusalén que aparentemente seguía en pie (Ap. 11:1-2, 8), han llevado a algunos a argumentar a favor de una fecha anterior, antes del 70 d. C.
Contribución teológica
El gran tema de Apocalipsis es la victoria final de Cristo sobre sus enemigos, una victoria que se manifiesta a pesar —e incluso a través— del sufrimiento de la iglesia perseguida. En medio de las pruebas, peligros y tentaciones, se exhorta a los creyentes a permanecer fieles hasta el final, encontrando esperanza y fortaleza en la certeza de la victoria divina que se acerca.
Consideraciones especiales
Una característica peculiar y fascinante de Apocalipsis es el uso recurrente de ciertos números, especialmente el cuatro, el doce y el siete. Algunos ejemplos incluyen: cuatro seres vivientes, cuatro jinetes, cuatro ángeles, doce ancianos, doce puertas de la ciudad de Dios, siete iglesias, siete sellos y siete copas. En la literatura apocalíptica, estos números suelen representar totalidad, plenitud o perfección.
Por el contrario, el número tres y medio (3 ½), o sus equivalentes como 42 meses o 1260 días, se asocia frecuentemente con Satanás (Ap. 11:2; 13:5). Este número simboliza una fracción, una imperfección o una limitación en contraste con la unidad y perfección de Dios.
Con esto en mente, el número de los 144.000 elegidos no debe interpretarse literalmente, sino como una representación de la totalidad (12.000 veces 12). Esto significa que ningún mártir dejará de recibir su recompensa divina. De manera similar, el número de la bestia, 666 (Ap. 13:18), probablemente se refiere al nombre del emperador Nerón (mediante gematría, un método de asignar valores numéricos a las letras) o, de forma más general, al espíritu o carácter de Nerón, que encarna la oposición satánica contra el pueblo de Dios.
Claves de Apocalipsis
- Palabra clave: La revelación de la venida de Cristo. Desde su primer versículo, el Apocalipsis es la «revelación de Jesucristo» (Ap. 1:1), cuyo propósito central es mostrar la gloriosa venida de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores para establecer su reino, trayendo justicia, redención y la consumación del plan divino.
- Versículos clave: Apocalipsis 1:19 y 19:11.
- Capítulos clave: Apocalipsis 19–22. Estos capítulos registran, en términos explícitos aunque altamente figurados, el plan de Dios para llevar a la consumación la historia de la redención.
El propósito central de Apocalipsis gira en torno a cómo lo interpretamos en su totalidad. Existen por lo menos cuatro enfoques principales para desentrañar su significado:
- Simbólico o idealista: Este punto de vista sostiene que Apocalipsis no es una profecía predictiva como tal, sino más bien una descripción simbólica de la eterna lucha entre los principios espirituales del bien y el mal.
- Historicista: Esta visión considera el libro de Apocalipsis como un panorama alegórico de la historia de la iglesia, desde el primer siglo hasta la segunda venida de Cristo en nuestro futuro.
- Preterista: Del latín praeter (pasado), esta perspectiva interpreta el libro como una descripción simbólica de la persecución de la iglesia primitiva y el juicio divino que culminó con la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 d. C.
- Futurista: Los defensores de este enfoque interpretan la mayor parte del libro (caps. 4–22) como una visión de eventos aún futuros que precederán inmediatamente la segunda venida de Cristo.
Es importante destacar que, a pesar de estas diferencias interpretativas, todos los enfoques concuerdan en un punto crucial: Apocalipsis fue escrito para asegurar a los creyentes el triunfo final de Cristo sobre todos los que se levantan contra Él y sus santos. Los primeros lectores enfrentaban tiempos oscuros de persecución, y se les advertía que vendrían tiempos aún peores. Por lo tanto, el libro los animaba a perseverar y mantenerse firmes en Cristo, confiando en el plan soberano de Dios para justos y malvados.
Síntesis de Apocalipsis
El libro de Apocalipsis está estructurado en tres secciones principales, siguiendo la instrucción divina a Juan en 1:19: «Escribe, pues, lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después».
«Lo que has visto» (cap. 1)
El libro comienza con un prólogo (Ap. 1:1-3) antes de la salutación oficial (Ap. 1:4-8). La revelación fue recibida por Cristo del Padre y comunicada a Juan a través de un ángel. Este es el único libro de la Biblia que promete una bendición a quienes lo leen y escuchan (Ap. 1:3), y también una maldición a quienes le añadan o quiten (Ap. 22:18-19). El saludo y la bendición final confirman que fue escrito originalmente como una carta a las siete iglesias de Asia. Una rica descripción teológica de Dios el Padre y de Jesucristo (Ap. 1:4-8) es seguida por una sobrecogedora teofanía (manifestación visible de Dios, Ap. 1:9-20). El libro se abre (y se cierra) con una enfática declaración de inminencia (Ap. 1:1, 3; cf. 22:6).
«Lo que sucede ahora» (caps. 2–3)
Esta sección contiene los mensajes específicos a las siete iglesias de Asia Menor. Cada mensaje refleja un aspecto de la visión de Cristo y generalmente incluye un mandamiento, un elogio o una condena, una corrección y un desafío a la perseverancia.
- Éfeso (Ap. 2:1-7): Una iglesia diligente y ortodoxa que había perdido su primer amor por Cristo y por los demás, instada a arrepentirse y volver a sus obras iniciales.
- Esmirna (Ap. 2:8-11): Una iglesia que sufría tribulación y pobreza, pero era espiritualmente rica y fiel. No recibió ninguna crítica, solo ánimo para perseverar ante la persecución inminente.
- Pérgamo (Ap. 2:12-17): Una iglesia fiel a Cristo bajo persecución, pero que toleraba doctrinas inmorales e idólatras («Balaam» y los nicolaítas) entre sus miembros, llamada a arrepentirse.
- Tiatira (Ap. 2:18-29): Una iglesia conocida por sus obras de amor y servicio, pero que toleraba la influencia de «Jezabel», quien promovía la inmoralidad y la idolatría. Se les exhorta a no participar de esas prácticas.
- Sardis (Ap. 3:1-6): Una iglesia con una reputación de estar viva, pero que en realidad estaba espiritualmente muerta. Se les insta a despertar y fortalecer lo que les quedaba.
- Filadelfia (Ap. 3:7-13): Una iglesia fiel y perseverante, con poca fuerza pero que había guardado la palabra de Cristo. No recibió crítica, solo promesas de protección y una puerta abierta de oportunidad.
- Laodicea (Ap. 3:14-22): Una iglesia materialmente rica pero espiritualmente tibia y autosuficiente. Fue fuertemente reprendida por su indiferencia, y se le aconseja arrepentirse y buscar la verdadera riqueza en Cristo.
«Lo que sucederá después» (caps. 4–22)
Juan es trasladado al cielo, donde se le concede una visión de la majestad divina. En esta visión, el Padre («alguien sentado en el trono», Ap. 4:2) y el Hijo (simbolizado como León y Cordero) son adorados por los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes y las huestes angélicas, tanto por sus atributos como por sus obras (la creación y la redención; cap. 4–5).
Los tres ciclos de siete juicios en los capítulos 6–16 están compuestos por los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas. Los siete sellos (Ap. 6:1–8:5) describen eventos como guerras, hambrunas y muerte, que se asocian con la guerra y la persecución. El intermedio entre el sexto y el séptimo sello (cap. 7) describe el sellado protector de los 144.000 hijos de Israel (12.000 de cada tribu) y la gran multitud de todas las naciones que «están saliendo de la gran tribulación» (Ap. 7:14). Los eventos catastróficos en la mayoría de los juicios de las trompetas se denominan «ayes» (Ap. 8:2–11:19).
El interludio profético entre la sexta y la séptima trompeta (Ap. 10:1–11:14) añade más detalles sobre la naturaleza de la tribulación y menciona un cuarto conjunto de siete juicios (los «siete truenos»), que habrían sido explicados si no se hubieran sellado. Dos testigos sin nombre ministran durante tres años y medio de la tribulación (42 meses o 1260 días). Al final de su ministerio, son vencidos por la bestia, pero su resurrección y ascensión confunden a sus enemigos.
En el capítulo 12, una mujer da a luz un hijo varón, que es arrebatado para Dios. La mujer huye al desierto y es perseguida por el dragón (Satanás), que es arrojado a la tierra.
El capítulo 13 ofrece una descripción gráfica de la bestia y su falso profeta, ambos empoderados por el dragón. La primera bestia recibe autoridad política, económica y religiosa, y es adorada como quien gobierna la tierra. El capítulo 14 contiene una serie de visiones que incluyen a los 144.000 al final de la tribulación, el destino de quienes siguen a la bestia y el derramamiento de la ira de Dios.
Las siete copas de la ira del capítulo 16 están precedidas por una visión celestial del poder, la santidad y la gloria de Dios en el capítulo 15. Los capítulos 17 y 18 anuncian la caída final de Babilonia, la gran prostituta que se sienta sobre una bestia escarlata.
La cena de las bodas del Cordero está preparada, y el Rey de reyes y Señor de señores lidera los ejércitos del cielo en una batalla contra la bestia y el falso profeta. Ambos son arrojados al lago de fuego (Ap. 19).
En el capítulo 20, el dragón —Satanás— es atado por mil años y arrojado a un abismo sin fondo. Durante este período, Cristo reina sobre la tierra con sus santos resucitados. Sin embargo, hacia el final de los mil años, Satanás es desatado e inicia la batalla final, a la que le sigue el juicio del gran trono blanco.
Finalmente, se crea unos nuevos cielos y una nueva tierra, esta vez inmaculado por el pecado, la muerte, el dolor o el llanto. La nueva Jerusalén, descrita en Apocalipsis 21:9–22:5, estará continuamente llena de luz, pero lo más grandioso de todo es que los creyentes estarán en la presencia directa de Dios y verán su rostro.
Apocalipsis concluye con un epílogo (Ap. 22:6-21), que nuevamente garantiza a los lectores que Cristo viene pronto.
Apocalipsis, Daniel y el Discurso de los Olivos
Cualquier lector atento se dará cuenta de que el libro de Apocalipsis tiene un gran parecido con el libro de Daniel, con visiones similares como de las bestias, la persecución de los santos, la venida del Hijo del Hombre en las nubes del cielo y el establecimiento del reino. Esencialmente, ambas profecías, la de Daniel y la del Apocalipsis, parecen referirse entonces a los mismos eventos, y esta idea cobra mayor fuerza al considerar un notable contraste en las órdenes dadas a cada profeta: mientras a Daniel se le ordenó «sellar el libro» porque el cumplimiento era para un futuro aún distante (Dan. 8:26; 12:4), a Juan se le ordena «no sellar el libro» porque el cumplimiento estaba cerca (Ap. 22:10).
Pero además de su conexión con la profecía de Daniel, el libro de Apocalipsis también encuentra profundas resonancias con la profecía de Jesús en los Evangelios. Es un hecho notable que, a diferencia de los Evangelios Sinópticos, el Evangelio de Juan no registra el conocido «Discurso de los Olivos» de Jesús (Mt. 24-25; Mr. 13; Lc. 21). En este discurso, Jesús profetiza sobre la destrucción del templo, las señales de los tiempos finales y su segunda venida —por cierto, en este discurso Jesús hace referencia también al libro de Daniel (Mt. 24:15-16)—. Sin embargo, no es casualidad que precisamente a Juan, el autor del cuarto Evangelio, se le haya concedido la visión del Apocalipsis.
Podríamos ver, entonces, el libro de Apocalipsis como una versión expandida y ricamente detallada del Discurso de los Olivos. Mientras que Jesús presentó en el monte de los Olivos una panorámica concisa de los eventos venideros y el fin del siglo, Apocalipsis desglosa esas profecías con un simbolismo vibrante y una secuencia más elaborada.
La correspondencia entre ambos textos es asombrosa, y se puede observar en varios elementos clave. Por ejemplo:
- Falsos cristos y engaño: En el Discurso de los Olivos, Jesús advierte repetidamente: «Tengan cuidado de que nadie los engañe —les advirtió Jesús—. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos» (Mt. 24:4-5). Apocalipsis amplía esta advertencia con la aparición del falso profeta (Ap. 13:11-17; 19:20), quien realiza grandes señales y milagros para engañar a la gente y que adoren a la bestia, llevando a muchos al error y la apostasía.
- Guerras y rumores de guerras: Jesús declara que oirán «de guerras y de rumores de guerras» y que «se levantará nación contra nación y reino contra reino» (Mt. 24:6-7). Este cuadro se refleja vívidamente en el segundo sello de Apocalipsis, donde a un jinete sobre un caballo rojo «se le permitió quitar la paz de la tierra y hacer que sus habitantes se mataran unos a otros» (Ap. 6:3-4).
- Hambrunas y calamidades: El Discurso de los Olivos menciona «hambre y terremotos en diferentes lugares» como el «comienzo de los dolores» (Mt. 24:7-8). Apocalipsis lo detalla con el tercer sello, donde el jinete del caballo negro trae la escasez de alimentos (Ap. 6:5-6), y con los juicios de las trompetas y copas que describen desastres naturales devastadores, incluyendo el impacto en la tierra, el mar y las fuentes de agua.
- Sitio y caída de Jerusalén y el templo: Jesús predijo explícitamente el asedio de Jerusalén y la destrucción del templo, diciendo que «no quedará piedra sobre piedra, pues todo será derribado» (Mt. 24:2) y «cuando vean a Jerusalén rodeada de ejércitos, sepan que su destrucción ya está cerca» (Lc. 21:20). Además, afirmó que «los que no son judíos pisotearán a Jerusalén, hasta que se cumplan los tiempos señalados para ellos» (Lc. 21:24). En Apocalipsis, encontramos un eco directo de esto al decir que el atrio exterior del templo ha sido «entregado a los gentiles, los cuales pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses» (Ap. 11:2).
- Persecución de los creyentes: Jesús predice que sus seguidores serán entregados a «para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre» (Mt. 24:9). Apocalipsis lo ilustra dramáticamente con el quinto sello, que revela las almas de «de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio» (Ap. 6:9-11), clamando justicia.
- Señales cósmicas: Ambos textos describen fenómenos celestes impactantes. Jesús dice que «se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudido» (Mt. 24:29). Apocalipsis se hace eco de esto con el sexto sello: «El sol se oscureció como si se hubiera vestido de luto, la luna entera se tornó roja como la sangre y las estrellas del firmamento cayeron sobre la tierra, como caen los higos verdes de la higuera sacudida por el vendaval» (Ap. 6:12-13).
- La venida del Hijo del Hombre: El clímax del Discurso de los Olivos es la venida del Hijo del Hombre «sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria» (Mt. 24:30). Esta gloriosa venida es el tema recurrente y central de Apocalipsis, culminando en la visión de Cristo como el «Rey de reyes y Señor de señores» que viene para establecer su reino (Ap. 19:11-16). Incluso la frase «todos lo verán con sus propios ojos, incluso quienes lo traspasaron» de Apocalipsis 1:7 tiene un claro eco en Mateo 24:30 y Zacarías 12:10.
En resumen, ambos textos, aunque separados por la pluma de diferentes autores, comparten el propósito de preparar a los creyentes para los tiempos difíciles, ofrecer esperanza en la victoria final de Cristo y llamar a la perseverancia y la fidelidad. Apocalipsis no solo reitera las advertencias y promesas del Discurso de los Olivos, sino que las enriquece con visiones celestiales, batallas cósmicas y la gloriosa consumación del plan redentor de Dios. Es, en esencia, la visión ampliada que Dios entregó a su iglesia a través de Juan para iluminar lo que Jesús había adelantado.