Muchos hemos crecido en el cristianismo con una pregunta que se siente como un peso: «¿Ya leíste tu Biblia hoy?». Para algunos, esta pregunta viene cargada de un sentido de obligación: si no hemos cumplido con nuestra porción diaria, preferiblemente a primera hora de la mañana, sentimos que fallamos. Se implanta la idea de que la lectura diaria, casi ritual, es el termómetro de ser un «buen cristiano».

Queremos desmentir esta idea. Si bien tener una rutina de lectura bíblica puede ser un excelente hábito, la lectura religiosa, hecha por mero cumplimiento, no garantiza que sea provechosa. De hecho, puede ser lo contrario. Es mucho mejor desarrollar un hábito propio, que sea auténtico, y que nazca del deseo, en cuanto a la frecuencia de acercarse a la Palabra de Dios.

¿Qué dice la Biblia sobre la frecuencia de su lectura?

Si le preguntas a la Biblia si los creyentes debemos leerla todos los días, la respuesta no es un rotundo «sí» en el sentido de «apartar 30 minutos a las 6:00 a. m. para un devocional».

Algunos pasajes bíblicos, como el célebre Salmo 1, parecen sugerir la lectura diaria de la Escritura al decir que el justo «en la Ley del Señor se deleita y día y noche medita en ella» (Sal. 1:2). Pero es crucial entender el contexto original de este y otros pasajes similares. En aquellos tiempos:

  1. No existía la Biblia personal: En la antigüedad, la mayoría de la gente no tenía su propia copia de las Escrituras (la «Ley» o «Torá»). Los antiguos hebreos dependían de la enseñanza oral de los líderes (sacerdotes, levitas, profetas), y de recordar y memorizar estas enseñanzas.
  2. La Palabra en la vida diaria: Pasajes como Deuteronomio 6:6-7 instruían a los padres a hablar de las palabras de Dios a sus hijos «cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes».

Entonces, en lugar de un horario fijo para leer un pasaje de la Escritura, «meditar día y noche» en la ley significaba más que nada tener sus mandamientos constantemente presentes en la mente, considerando las implicaciones de sus verdades en cada decisión de la vida diaria. La clave no era la cantidad de versículos leídos (¡no había versículos!), sino la persistencia en el recuerdo y la aplicación de los mandamientos de Dios.


La diferencia entre el hábito sano y la obligación tóxica

Es una bendición que un cristiano tenga la posibilidad de una rutina de lectura bíblica todos los días. Pero esto debe hacerse no a la apurada o por cumplir un deber, sino estudiando realmente, meditando y tomando notas. La meta es conectarse y crecer, no marcar en un calendario.

Por otro lado, es cierto que Dios encargó de manera especial a los líderes del pueblo que tuvieran el hábito de leer la ley con frecuencia. Por ejemplo:

  • A los reyes de Israel se les ordenaba escribir una copia personal de la ley y leerla «todos los días de su vida» para aprender a temer a Dios y guardar sus estatutos (Deut. 17:18-19).
  • A los sacerdotes y levitas se les encargó leer la Ley en voz alta a todo el pueblo periódicamente (Deut. 31:11-12).

Esta responsabilidad es consistente con el Nuevo Testamento, donde se le dice a un líder como Timoteo: «dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos» (1 Tim. 4:13). También hoy, se espera que quienes tienen un rol de liderazgo en la comunidad (pastores, maestros, consejeros) tengan una rutina de lectura frecuente y profunda de la Biblia a fin de estar preparados para guiar a otros.

Pero de ahí a la idea de que cada cristiano individual tiene la obligación diaria de leer la Biblia, o de lo contrario Dios no estará contento con él, es ir más allá de lo que la Biblia nos enseña.

El peligro de la ansiedad espiritual

Lamentablemente, muchos creyentes sinceros viven con una especie de «ansiedad espiritual» constante debido a esta idea de la lectura diaria obligatoria de la Biblia. Ya no disfrutan ni crecen espiritualmente al acercarse a la Palabra; simplemente sienten la obligación de cumplir un requisito.

  • Algunos hasta temen salir a la calle si no leyeron su Biblia a la mañana, porque algo malo les podría ocurrir, supuestamente, «por esta desobediencia».
  • Otros desarrollan una actitud de superioridad sobre este punto, juzgando a otros cristianos que no son tan «espirituales» como ellos.

No olvidemos que incluso algo tan bueno como la Palabra de Dios puede volverse tóxico cuando la usamos mal. La propia historia bíblica nos lo enseña, como en el caso de los fariseos y maestros de la ley en los Evangelios. Ellos conocían la Escritura perfectamente, pero la usaban para oprimir y juzgar, perdiendo de vista el corazón de Dios, como cuando Jesús los confrontó por honrar tradiciones humanas por encima del mandamiento de Dios (Mr. 7:8-9), o cuando les dijo: «Ustedes estudian con diligencia las Escrituras […] Sin embargo, ustedes no quieren venir a mí» (Jn. 5:39-40). Mateo 23:23-24 también los describe como personas que daban más peso a los detalles religiosos que a la justicia, la misericordia y la fe.

Dios nos dio su Palabra para liberarnos y transformarnos, no para oprimirnos con más listas de cosas por hacer.


Consejos prácticos para recuperar el gozo de la lectura bíblica

Si has perdido el disfrute de la lectura bíblica por esta idea malsana, aquí tienes unos breves consejos para recuperar las ganas de leer la Palabra de Dios de una manera realmente provechosa:

  1. Prioriza la calidad sobre la cantidad: Es mejor leer un solo versículo con atención, meditar en él y orar sobre su significado, que leer un capítulo entero a toda prisa por el simple hecho de «cumplir la meta del día». Tu lectura de la Palabra de Dios tiene que ser un encuentro, no una carrera.
  2. Define tu propio ritmo: Si leer la Biblia todos los días te estresa o te hace sentir culpable, no lo hagas. ¡No pasa nada! Empieza por tres o incluso un día a la semana. Cuando esa frecuencia se sienta natural y provechosa, puedes aumentarla. La clave es que el hábito nazca de una necesidad interna, y no de una imposición externa.
  3. Cambia el «debo» por el «quiero»: Al acercarte a las Escrituras, recuerda: no le estás haciendo un favor a Dios; estás abriendo un regalo que Él te ha dado. Acércate con la pregunta: «¿Qué quiere Dios enseñarme hoy a través de su Palabra?».
  4. Integra la Palabra a tu vida, no solo la leas: Recuerda el espíritu del Salmo 1. Escucha podcasts bíblicos mientras conduces, memoriza un versículo clave que te hable a lo largo de la semana, o pídele a Dios que te ayude a ver una verdad bíblica en una situación que enfrentes. Meditar día y noche significa vivir con la Palabra en tu mente y corazón.
  5. Utiliza recursos de estudio: Si no sabes por dónde empezar, busca un buen plan de estudio guiado, un breve devocional bien escrito (como este blog), o un libro de comentarios. A veces, tener una guía práctica puede convertir una lectura monótona en un estudio profundo.

La Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb. 4:12). No permitas que la obligación reemplace la delicia de acercarte a ella.

Autor

Diseñador gráfico, teólogo y pastor, apasionado estudiante del mundo de las Escrituras. Disfruta la música, la pesca y el deporte. Esposo y papá.

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